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Una niña siente la presencia de Dios mientras es arrastrada por el río

 

 

La Ciencia Cristiana y el
poder de la oración curativa

 

Cuando yo era niña había atendido la Escuela Dominical de La Iglesia de la Ciencia Cristiana. En las clases teníamos maestras muy amables, dulces, y cariñosas que nos explicaban que Dios nos ama y pudimos comprender los Diez Mandamientos de Moisés.

Recuerdo una conversación sobre el Mandamiento acerca de los padres. En Éxodo 20:12 dice “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.”  (RVR1960)

En nuestra casa, mi padre estaba en el servicio militar de los Estados Unidos, y por tres años vivimos en una base militar cerca de Madrid, en España. Mi padre iba de gira a todas partes y muchas veces hacía largos viajes a Europa. Mi madre era la persona que más se ocupaba de los cuatro niños de nuestra familia —especialmente cuando mi padre viajaba. En muchas oportunidades ella había sido nuestro padre y madre.

Mi madre creció en el estado de Minnesota, un estado en el norte de los Estados Unidos, famoso por sus muchos lagos. Más aún, lo llaman “La tierra de 10,000 lagos.” En los Estados Unidos, también hay un río muy largo, el Mississippi. Este río empieza en el norte de Minnesota y continúa hasta El Golfo de México.

Cuando yo tenía doce años, mi madre oyó hablar de un pequeño río, no lejos de Madrid, y decidió que podíamos visitarlo y pasar tiempo en ese río, o, por lo menos, estar cerca de agua que ella amaba tanto.  Cuando llegamos, no había nadie allí, parecía que el río no era ni muy ancho ni muy grande, y hasta había una pequeña playita.  Por cierto, no era nada como el gran Mississippi.

Mis dos hermanas menores y yo jugábamos felices. En una ocasión, una de mis hermanas dijo que su zapato se había caído al río y yo corrí al agua para sacarlo.  Inmediatamente la tierra cedió bajo mis pies y fui llevada rápidamente por la corriente de agua.

La playa era muy pequeña, y el resto de la costa del río estaba llena de arbustos.  Nosotras sabíamos nadar bien, pero la corriente me llevaba muy rápido y yo no pude hacer nada. Mi madre corría detrás de los arbustos gritando, “Acércate y tómate de los arbustos.” Pero yo tenía miedo, y no pude hacerlo. ¡Yo creía que en los arbustos podía haber alguna serpiente!

Ella seguía corriendo y gritando lo mismo.

Yo siempre supe que Dios me ama, y sabía que Dios estaba presente conmigo en ese mismo momento y en cada momento de cada día. Y también sabía que debía honrar a mi madre, escuchándola a ella. Entonces obedecí sus órdenes y cuando extendí mi brazo a ella, ella me levantó con una fuerza sobrehumana increíble. Inmediatamente estuve en tierra seca.

Mi madre me abrazó e hicimos una oración de gratitud a Dios.  Sin lágrimas, solamente sonrisas y alegría. Ningún sentimiento de culpa ni para ella ni para mí. Esa fue una gran lección para mí, de obedecer no solo a mi madre, pero también a Dios.

Estos Diez Mandamientos dados por Moisés son muy importantes en mi vida y me gusta recitarlos ocasionalmente. Los cuatro primeros tienen reglas acerca de cómo tenemos que respetar a Dios, y los otros seis son reglas de cómo tenemos que respetarnos el uno al otro.  Amor por Dios y amor por cada persona.

Tengo mucha gratitud por haber atendido la Escuela Dominical todos los domingos en mi niñez, y por la gran influencia que ha sido mi madre en mi vida. En aquel día ella había escuchado a Dios y yo la escuché a ella y a Dios juntos. Unas semanas después ella oyó decir que uno de los soldados de la base se había ahogado en este mismo río y en ese mismo lugar un tiempo antes que nosotros hayamos visitado el sitio. Entonces recordamos el momento que pasamos y volvimos a orar por gratitud.

No puedo hacer menos que agradecer a Dios por la prueba de Su tan grande amor por cada uno de Sus hijos. 

 

Joan
Lancaster, CA

 

¡Otra sanación de la Ciencia Cristiana!

 

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